EL REINO DIVIDIDO.
INTRODUCCIÓN
Antes de que Israel entrara en la tierra prometida, Moisés proféticamente aconsejó al pueblo con respecto al establecimiento del sistema monárquico. Las directivas eran claras: Si el pueblo prefería tener rey, debía elegir a alguien que llenara ciertos requisitos.
El rey tenía que:
- 1.
ser elegido por el Señor.
- 2.
ser miembro de la casa de Israel y no gentil.
- 3.
ser un hombre que no buscara 'multiplicar las caballerías' (expresión hebrea que significaba hacer preparativos para la agresión armada).
- 4.
ser un hombre que no llevara nuevamente al pueblo a Egipto (que no lo volviera a sus sendas mundanales).
- 5.
ser uno que no buscara aumentar el número de sus esposas ni la riqueza personal.
- 6.
ser uno que obedeciera la ley de Dios para gobernar.
- 7.
ser uno que se sujetara a los estatutos de Dios (véase Deuteronomio 17:1-20; 23:8; 29:13).
En la época del profeta Samuel el pueblo rechazó el gobierno de los jueces y buscó un rey. Olvidó, sin embargo, lo que el Señor había indicado siglos antes. Querían un rey semejante al de otras naciones para que Israel fuera "como todas las naciones" (1 Samuel 8:20). Samuel advirtió en cuanto a las consecuencias de tener un rey semejante. Habló con respecto al servicio civil y militar que el monarca impondría y también en cuanto a la carga impositiva. (Véase 1 Samuel 8:9-18; Sin embargo, Israel rechazó al Señor como su justo rey (véase 1 Samuel 8:7); de manera que el Señor mandó a su profeta a que procediera y les proporcionara un rey.
Saúl fue elegido como el primer rey, y bajo su dirección se establecieron los cimientos del reino. La tierra fue unificada y extensamente fortalecida bajo la dirección de David. Finalmente, bajo la guía de Salomón, Israel alcanzó el apogeo de su gloria y su más grande extensión territorial. Los tres primeros reyes de Israel efectuaron logros significativos, pero su gobierno terrenal cultivó las semillas de la destrucción que vendría sobre la nación.
Después de la muerte de Salomón, una diferencia de opinión con respecto a los impuestos dividió a la nación en dos reinos. Roboam, hijo de Salomón y ungido como sucesor, quedó sobre el reino del sur que estaba compuesto por el territorio perteneciente a las tribus de Judá y de Benjamín. La casa de David continuó gobernando en esta nación hasta la caída de Jerusalén en el año 587 a. C. Un nuevo rey, Jeroboam, quedó sobre el reino del norte, llamado Israel, el cual estaba compuesto por el territorio de las demás tribus. A Jeroboam le sucedieron una serie de reyes durante los siguientes doscientos años. Tanto en el norte como en el sur, el criterio establecido por el Señor fue ignorado y los dos reinos, Israel y Judá, cosecharon los tristes resultados.
EL REINO DE JUDA O DEL SUR
Cuando Roboam fue ungido rey para suceder a su padre, Salomón (véase 1 Reyes 11:43), se estaba desarrollando una crisis política por causa de severos problemas económicos causados por la construcción excesiva de edificios gubernamentales, particularmente para la milicia, pero también para la casa real. Roboam tuvo que ir a Siquem, centro del poder en el norte, para intentar obtener el apoyo de las tribus norteñas. Los caudillos buscaron la confirmación de que el alivio de los pesados impuestos llegaría pronto. Siendo mal aconsejado por ayudantes sin experiencia y ávidos de poder, Roboam rehusó dar este alivio y hasta amenazó con aumentar las demandas. (Véase 1 Reyes 12:1-11.) Las tribus del norte entonces rehusaron sostenerlo como rey. Se levantaron contra la aprobación de los decretos del rey y formaron su propia nación con Jeroboam como su nuevo monarca. (Véase 1 Reyes 12:12-20.)
La tribu de Judá y la tribu de Benjamín, siendo ésta la más pequeña y la más débil de todas, así como el territorio más próximo a la capital, Jerusalén, apoyaron a Roboam y juntas formaron el reino de Judá (véase 1 Reyes 12:21-24; 2 Crónicas 11:1-4,12,23). Durante los años que siguieron, muchos miembros de otras tribus bajaron al reino del sur y vinieron a ser parte de la nación de Judá. Se hace mención específica de Leví (véase 2 Crónicas 11:13-17), Efraín, Manasés y Simeón (véase 2 Crónicas 15:9).
Había sido declarado proféticamente que Judá quedaría controlando a la casa de David (véase 1 Reyes 11:13, 32). La profecía fue cumplida, pues el cetro de Judá quedó con los descendientes de David durante la existencia de Judá como nación. La esposa de uno de los reyes, mediante astucias, intentó pasar el trono a otra familia, pero fracasó, y la familia reinante quedó en el trono.
De los veinte gobernadores que reinaron en Judá desde la muerte de Salomón hasta la caída de Jerusalén, y el cautiverio y exilio de los judíos en manos de los babilonios, doce se caracterizaron como malvados e inicuos. Solamente cuatro llevaron adelante la nación, económicamente y en lo religioso. Así como en el norte, numerosos profetas fueron llamados a proclamar el arrepentimiento en Judá, incluyendo a Miqueas, Isaías, Nahum, Habacuc, Sofonías, Lehi, Jeremías y Ezequiel.
Antes de que Israel entrara en la tierra prometida, Moisés proféticamente aconsejó al pueblo con respecto al establecimiento del sistema monárquico. Las directivas eran claras: Si el pueblo prefería tener rey, debía elegir a alguien que llenara ciertos requisitos.
El rey tenía que:
- 1. ser elegido por el Señor.
- 2. ser miembro de la casa de Israel y no gentil.
- 3. ser un hombre que no buscara 'multiplicar las caballerías' (expresión hebrea que significaba hacer preparativos para la agresión armada).
- 4. ser un hombre que no llevara nuevamente al pueblo a Egipto (que no lo volviera a sus sendas mundanales).
- 5. ser uno que no buscara aumentar el número de sus esposas ni la riqueza personal.
- 6. ser uno que obedeciera la ley de Dios para gobernar.
- 7. ser uno que se sujetara a los estatutos de Dios (véase Deuteronomio 17:1-20; 23:8; 29:13).
En la época del profeta Samuel el pueblo rechazó el gobierno de los jueces y buscó un rey. Olvidó, sin embargo, lo que el Señor había indicado siglos antes. Querían un rey semejante al de otras naciones para que Israel fuera "como todas las naciones" (1 Samuel 8:20). Samuel advirtió en cuanto a las consecuencias de tener un rey semejante. Habló con respecto al servicio civil y militar que el monarca impondría y también en cuanto a la carga impositiva. (Véase 1 Samuel 8:9-18; Sin embargo, Israel rechazó al Señor como su justo rey (véase 1 Samuel 8:7); de manera que el Señor mandó a su profeta a que procediera y les proporcionara un rey.
Saúl fue elegido como el primer rey, y bajo su dirección se establecieron los cimientos del reino. La tierra fue unificada y extensamente fortalecida bajo la dirección de David. Finalmente, bajo la guía de Salomón, Israel alcanzó el apogeo de su gloria y su más grande extensión territorial. Los tres primeros reyes de Israel efectuaron logros significativos, pero su gobierno terrenal cultivó las semillas de la destrucción que vendría sobre la nación.
Después de la muerte de Salomón, una diferencia de opinión con respecto a los impuestos dividió a la nación en dos reinos. Roboam, hijo de Salomón y ungido como sucesor, quedó sobre el reino del sur que estaba compuesto por el territorio perteneciente a las tribus de Judá y de Benjamín. La casa de David continuó gobernando en esta nación hasta la caída de Jerusalén en el año 587 a. C. Un nuevo rey, Jeroboam, quedó sobre el reino del norte, llamado Israel, el cual estaba compuesto por el territorio de las demás tribus. A Jeroboam le sucedieron una serie de reyes durante los siguientes doscientos años. Tanto en el norte como en el sur, el criterio establecido por el Señor fue ignorado y los dos reinos, Israel y Judá, cosecharon los tristes resultados.
EL REINO DE JUDA O DEL SUR
Cuando Roboam fue ungido rey para suceder a su padre, Salomón (véase 1 Reyes 11:43), se estaba desarrollando una crisis política por causa de severos problemas económicos causados por la construcción excesiva de edificios gubernamentales, particularmente para la milicia, pero también para la casa real. Roboam tuvo que ir a Siquem, centro del poder en el norte, para intentar obtener el apoyo de las tribus norteñas. Los caudillos buscaron la confirmación de que el alivio de los pesados impuestos llegaría pronto. Siendo mal aconsejado por ayudantes sin experiencia y ávidos de poder, Roboam rehusó dar este alivio y hasta amenazó con aumentar las demandas. (Véase 1 Reyes 12:1-11.) Las tribus del norte entonces rehusaron sostenerlo como rey. Se levantaron contra la aprobación de los decretos del rey y formaron su propia nación con Jeroboam como su nuevo monarca. (Véase 1 Reyes 12:12-20.)
La tribu de Judá y la tribu de Benjamín, siendo ésta la más pequeña y la más débil de todas, así como el territorio más próximo a la capital, Jerusalén, apoyaron a Roboam y juntas formaron el reino de Judá (véase 1 Reyes 12:21-24; 2 Crónicas 11:1-4,12,23). Durante los años que siguieron, muchos miembros de otras tribus bajaron al reino del sur y vinieron a ser parte de la nación de Judá. Se hace mención específica de Leví (véase 2 Crónicas 11:13-17), Efraín, Manasés y Simeón (véase 2 Crónicas 15:9).
Había sido declarado proféticamente que Judá quedaría controlando a la casa de David (véase 1 Reyes 11:13, 32). La profecía fue cumplida, pues el cetro de Judá quedó con los descendientes de David durante la existencia de Judá como nación. La esposa de uno de los reyes, mediante astucias, intentó pasar el trono a otra familia, pero fracasó, y la familia reinante quedó en el trono.
De los veinte gobernadores que reinaron en Judá desde la muerte de Salomón hasta la caída de Jerusalén, y el cautiverio y exilio de los judíos en manos de los babilonios, doce se caracterizaron como malvados e inicuos. Solamente cuatro llevaron adelante la nación, económicamente y en lo religioso. Así como en el norte, numerosos profetas fueron llamados a proclamar el arrepentimiento en Judá, incluyendo a Miqueas, Isaías, Nahum, Habacuc, Sofonías, Lehi, Jeremías y Ezequiel.
Los reyes de Judá
Roboam (931-913 a. C). Véase 1 Reyes 12:1-24; 14:21-31; 2 Crónicas 9:31-12:16. Permitió que las prácticas idólatras se establecieran en la tierra. Fue vencido por Sisac (Sesonc I de la vigésima segunda dinastía de los faraones de Egipto), el cual despojó el templo y los palacios de Judá. Durante su reinado peleó contra Israel.
Ábiam (913-910 a. C). Véase 1 Reyes 15:1-8; 2 Crónicas 13:1-22. Hijo de Roboam. Peleó contra Israel. Venció a cierto número de ciudades del reino del norte y las puso bajo el control de Judá.
Asa (911-869 a. C). Véase 1 Reyes 15:9-24; 2 Crónicas 14:1-16:14. Hijo de Abiam. Inició la reforma religiosa en la nación animado por Ahías el profeta. Destruyó los ídolos del pueblo de Judá y desterró la idolatría. Fue atacado por Baasa, rey de Israel, pero lo venció; detuvo el ataque de una fuerza etíope; se alió a Siria contra posteriores ataques de Israel. Por causa de su enfermedad, tres años antes de su muerte llamó a su hijo Josafat a reinar junto con él.
Josafat (870-848 a. C). Véase 1 Reyes 22:41-50; 2 Crónicas 17:1-20:37. Hijo de Asa. Reinó junto a su padre durante tres años antes de ser único monarca. Reforzó las fortificaciones militares del reino y fomentó mayores reformas religiosas. Estableció programas de instrucción dirigidos por el sacerdocio. Recibió tributo de los filisteos y de los árabes como garantía de paz por causa del gran poderío militar de Judá como nación. Se unió en alianza con el rey Acab de Israel para pelear contra los asirios. El rey Acab murió en la guerra, pero los sirios fueron vencidos. El casamiento del hijo de Josafat, Joram, con una hija de Acab, Atalía, fomentó la adoración idólatra y finalmente amenazó la continuidad del linaje de David en el trono de Judá. Estableció un sistema de cortes religiosas y civiles. Milagrosamente detuvo un ataque de los amonitas y sus aliados. Continuó la alianza con Israel en un intento de establecer entre las dos naciones una flota para el comercio, pero la empresa fracasó.
Aunque Elias el Profeta ejerció su ministerio principalmente en el reino del norte, lo hizo durante el reinado de Josafat.
Roboam (931-913 a. C). Véase 1 Reyes 12:1-24; 14:21-31; 2 Crónicas 9:31-12:16. Permitió que las prácticas idólatras se establecieran en la tierra. Fue vencido por Sisac (Sesonc I de la vigésima segunda dinastía de los faraones de Egipto), el cual despojó el templo y los palacios de Judá. Durante su reinado peleó contra Israel.
Ábiam (913-910 a. C). Véase 1 Reyes 15:1-8; 2 Crónicas 13:1-22. Hijo de Roboam. Peleó contra Israel. Venció a cierto número de ciudades del reino del norte y las puso bajo el control de Judá.
Asa (911-869 a. C). Véase 1 Reyes 15:9-24; 2 Crónicas 14:1-16:14. Hijo de Abiam. Inició la reforma religiosa en la nación animado por Ahías el profeta. Destruyó los ídolos del pueblo de Judá y desterró la idolatría. Fue atacado por Baasa, rey de Israel, pero lo venció; detuvo el ataque de una fuerza etíope; se alió a Siria contra posteriores ataques de Israel. Por causa de su enfermedad, tres años antes de su muerte llamó a su hijo Josafat a reinar junto con él.
Josafat (870-848 a. C). Véase 1 Reyes 22:41-50; 2 Crónicas 17:1-20:37. Hijo de Asa. Reinó junto a su padre durante tres años antes de ser único monarca. Reforzó las fortificaciones militares del reino y fomentó mayores reformas religiosas. Estableció programas de instrucción dirigidos por el sacerdocio. Recibió tributo de los filisteos y de los árabes como garantía de paz por causa del gran poderío militar de Judá como nación. Se unió en alianza con el rey Acab de Israel para pelear contra los asirios. El rey Acab murió en la guerra, pero los sirios fueron vencidos. El casamiento del hijo de Josafat, Joram, con una hija de Acab, Atalía, fomentó la adoración idólatra y finalmente amenazó la continuidad del linaje de David en el trono de Judá. Estableció un sistema de cortes religiosas y civiles. Milagrosamente detuvo un ataque de los amonitas y sus aliados. Continuó la alianza con Israel en un intento de establecer entre las dos naciones una flota para el comercio, pero la empresa fracasó.
Aunque Elias el Profeta ejerció su ministerio principalmente en el reino del norte, lo hizo durante el reinado de Josafat.
Aunque el hombre deje a Jehová y quiera hacer lo que quiera, la voluntad de Dios siempre prevalece.
ResponderEliminarEl leer tanto después de un parcial me.hace saber cuánto me hace falta por aprender. Hay taaaaaanta historia pero es casi cómo leer grandes hazañas q luego se ve en las pantallas. Me.encanta y definitivamente tenemos buen guía
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